Es difícil negar que estamos viviendo en una era de muy confusa interacción social. Entre el potpurrí de artefactos tecnológicos que gozamos hoy en día es muy difícil tener una noción saludable sobre las técnicas de socialización básicas de cualquier ser humano. La vida social de la actual juventud da vuelta alrededor de televisores, móviles, ordenadores y portátiles, y llega a tal punto que los mismos artilugios se conocen por su nombre de marca: que BlackBerry, que iPhone, que iPad, que Facebook, que Twitter. Con tanta selección a la hora de comunicarse se empieza a hacer imposible desconectarse de otras personas, de revelar datos superfluos que por lo general no se necesitan saber (“Pancho está cocinando pasta para el almuerzo¨), de descubrir maneras impensables y anteriormente imposibles de cotilleo. Pero, sobre todo, posa a ser un perjuicio sobre el actual lenguaje que utilizamos para comunicarnos, y la manera en que interactuamos los unos con los otros.
Como ejemplo muy característico se puede poner el uso que se le da a los afamados móviles Blackberry. Por su particular manera de utilizar, en el cual por lo general se utilizan ambas manos para escribir y que también por lo general se baja la cabeza para poder leer lo que se escribe, se puede notar a una distancia considerable por la postura cuando alguien está enviando un mensaje. De la misma manera, al interactuar cara a cara, ya es bastante conocimiento común que alguien que adopta dicha postura no pondrá atención y apenas escuchara las oraciones siguientes de la conversación. Se trata de un tipo de ironía comunicativa bastante curiosa: por tener BlackBerry los jóvenes están libres a hablar con quien quieran en cualquier momento, pero cuando se trata de hablar cara a cara no se pueden comunicar completamente por falta de atención. La decadencia de la atención que prestamos a otros degrada también, en mi opinión, el protocolo de conversación básico: Mirar a los ojos, escuchar lo que se dice, pensar una respuesta y responder coherentemente, y todo sin el uso de emoticones o abreviaciones ridículas. A edades de formación ideológica crucial, son muy imperativas las conversaciones a las que se les presta atención, pues estas llevan conocimientos colectivos y experiencias que serán beneficiales en el futuro, las cuales pueden muy fácilmente hacer o deshacer las propias ideas. De nada sirve saber a qué fiesta acudió quien, con quien, como se vistió, y que hizo.
Hace poco leí en un interesante artículo publicado en el periódico El País un dato que me pareció un tanto alarmante: el 70% de los jóvenes que tienen un portátil pasa utilizándolo en promedio una hora antes de dormir, y el 60% de éstos utiliza su teléfono móvil desde la cama. Es tanta la necesidad de mantenerse al tanto de lo que sucede con los amigos, las celebridades, la gente que se cae en YouTube, las noticias, etc., que se está dispuesto a sacrificar 2 horas de sueño por utilizar el portátil. Esto parece haberse convertido en una pandemia entre la gente joven: un insomnio habitual que afecta el día a día, todo por mantenerse conectado a la vida digital. Es, en efecto, como muchos han observado: Una segunda vida que se intenta vivir, frecuentemente más delusiva, engañosa y complicada que la vida real. Para esto, es importante mantener un balance saludable entre lo que se interactúa en las redes sociales y las conexiones reales que tenemos día a día. ¿De qué sirve poder resumir nuestros pensamientos en 140 carácteres, como se hace en Twitter? A nadie le interesa que Pancho coma pasta para el almuerzo.
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